Vivir entre la incertidumbre y la impermanencia

 

La experiencia de estar vivos no puede ser confundida con lo que nos pasa. Estar vivos implica magia, misterio, milagro, es la suma de las potencialidades no desarrolladas, todo lo que aún queda por vivir.

 

La educación, la sociedad, intenta conducirnos lejos del misterio para entrar en el dominio de poder y que, mediante ese poder, ganamos seguridad y certezas, por lo que, si perdemos el control, nos sentimos impotentes y todo cuanto nos rodea se convierte en amenaza. Precisamente, es en las crisis o en la adversidad cuando experimentamos la sensación de que por mas empeño que pongamos, el control se nos escapa como el agua entre las manos.

Conviene aprender a vivir en la incertidumbre. Cuantas veces, en la locura de obtener certidumbres futuras, nos perdemos de percibir lo único seguro que tenemos: la vida en este instante.

Cuando nuestra mayor inversión de energía y atención están en el presente, no necesitamos  contar con ningún hecho futuro para ratificar, justificar o dignificar nuestra existencia.

Cada vez que nos preocupamos por el futuro, cada vez que lamentamos o añoramos el pasado, es una defensa para no evolucionar, para no cambiar ahora lo que sabemos que debemos cambiar.

 

La vida nos muestra, a veces de manera drástica, que no podemos tener control sobre todos los hechos, sin duda, podemos influir con nuestra voluntad y nuestras acciones sobre ciertas situaciones, pero hay otras en las que la entrega es más apropiada que la lucha por el control. Basta observar la naturaleza, o nuestro cuerpo en sus procesos de desarrollo y envejecimiento, nuestra mente en un fluir constante de pensamientos, emociones y sensaciones para darnos cuenta que todo cambia nada permanece inmóvil.

 

Lo sabemos, pero no queremos verlo, actuamos como niños que se tapan los ojos jugando al escondite y creen que nadie puede verlos. Así nos tapamos los ojos para no ver que todo pasa, en el afán por ignorar que todo lo que ha nacido, morirá, que lo que se ha recogido, será esparcido, que lo que se ha acumulado se agotara y lo que está arriba, descenderá. De manera infantil construimos nuestra identidad sobre ilusiones: nuestro nombre, nuestra biografía, nuestras parejas y familiares, el hogar, los amigos, las tarjetas de crédito.

 ¿Cuántas veces se vive como si no se fuera a morir y se muere como si no se hubiera vivido?

 

Generalmente el ser humano vive fuera de sí mismo y se dispersa, se está en “todas partes” excepto en sí mismo, constantemente es atraído, distraído, disperso por incontables sensaciones, impresiones, preocupaciones, recuerdos perturbadores, miedo por el futuro. Esta fuera de la conciencia, del centro, de lo que es en realidad.

Asume una identidad  en un neurótico mundo de cuentos de hadas, creyéndose coloso olvidando que sus pies son de barro.

Pero, todos tenemos un generador de equilibrio, de seguridad y de poder.

 

Al identificarnos con la enfermedad, con los problemas y las circunstancias, nos descentramos. Creemos que somos el problema, somos la enfermedad, en vez de verlo como algo que está ocurriendo en este momento y como todo en la vida, también pasará.

 

Es importante aprender a desidentificarse del cuerpo, de los pensamientos, de los sentimientos, de los deseos y de las ilusiones.

 

 

Yo tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo.

Mi cuerpo puede encontrarse en diferentes condiciones de salud o enfermedad, puede estar reposado o fatigado, sano o enfermo, pero eso nada tiene que ver conmigo, con mi “yo real”. Mi cuerpo es un precioso instrumento de experiencia y de acción en el mundo exterior, pero es apenas un instrumento.

 

Yo tengo emociones, pero no soy mis emociones.

 Ellas  son incontables, contradictorias, mutables. Si puedo darme cuenta de que en un momento estoy triste, en otro contenta y puedo observar esos cambios, yo, observador, no soy lo observado, mis emociones.

 

Yo tengo deseos, pero no soy mis deseos.

Estos son activados por impulsos físicos y emocionales o por influencias externas y, por lo tanto, son cambiantes y a veces contradictorios, con alteraciones de atracción y rechazo. Si puedo observarlos, yo no soy mis deseos.

 

Yo tengo una mente, pero no soy esa mente.

Un dia pienso una cosa, otro dia sobre lo mismo, me encuentro pensando lo opuesto.. y si intento controlarlo, no puedo. Pero si puedo modificar la mente, generando nuevas imágenes, nuevas ideas. Si puedo darme cuenta de esto, yo no soy mi mente.  

 

El mejor tratamiento,  el que  obtiene los mejores resultados es aquel que nos ayuda a trascender la vieja identidad para reencontrarnos con quienes somos realmente.

 

“La escultura vive en la piedra, la labor del escultor es quitar lo que sobre”.

    Miguel Ángel.

 

La impermanencia y la incertidumbre rigen para todos y en todo momento. Frente a la angustia que nos genera esta realidad, solemos aferrarnos a la esperanza. La esperanza es el deseo y la ilusión de que algo ocurra, mientras que la fe es entregarse al misterio de la vida sin esperar nada en concreto, pero sabiendo que lo que ocurra será para bien. Es una llama que nos permite superar todas las limitaciones, nos acerca a los niveles más profundos de nuestro ser y nos permite superar todo tipo de adversidades.

Para renunciar a las ilusiones que aprisionan el alma en cualquier nivel de la conciencia, es necesaria la fe, pero no la fe en una forma concreta de divinidad, sino en la naturaleza de la realidad.

 S.M.Maruso

 

 

 

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