La pareja real no puede evitar el sufrimiento. Uno se da cuenta y se queda solo hasta que aparezca” la pareja ideal (que por ser ideal justamente no existe) con lo cual el sufrimiento, lejos de evitarse, reaparece constantemente.
Toda relación íntima en la que podemos abrirnos y lograr encuentro y entrega pertenece a las cosas más gratificantes que podamos vivenciar; buscamos en ella contacto, amor, intimidad, porque son estas las situaciones que más nos enriquecen, las que nos hacen sentir vivos, las que nos llenan de fuerza y de ganas.
La paradoja empieza cuando nos damos cuenta de que al mismo tiempo son justamente estas relaciones las que nos provocan mayor sufrimiento y mayor dolor, muchísimo más que ninguna otra.
Cuando nos abrimos a la intimidad, al amor, al encuentro, nos exponernos también a sufrir y a sentir dolor.
La fuerza que naturalmente nos empuja a dejarnos llevar por nuestras emociones y a generar el encuentro se enfrenta con la natural tendencia a cuidarnos para no sufrir, porque intuimos, con certeza, que si nos abrimos a una persona esto le concederá al otro la posibilidad de herirnos.
Todos tenemos una personalidad, una coraza que no quiere tomar ese riesgo de ser lastimado y parlo tanto se cierra.
El niño necesita el amor de los padres y va organizando su personalidad para conseguir ese amor.
Si veo que me dan más atención cuando estoy débil, voy a organizar una personalidad en torno a la debilidad.
Si veo que se ponen orgullosos cuando soy independiente, voy a organizar una personalidad fuerte, me voy a decir a mí mismo que yo puedo solo o que no necesito ayuda. La personalidad que creamos nos sirve para funcionar y para lograr que nos quieran. Creamos una máscara y nos identificamos con ella, vamos olvidándonos de quiénes somos y de lo que verdaderamente queremos.
Amor e intimidad solo pueden darse cuando nos abrimos presentes a alguien; pero esto es imposible si estamos con la armadura puesta, encerrados en nuestro castillo o escondidos en nuestra estructura.
Tampoco es cuestión de descartar esta personalidad; la hemos construído para poder enfrentarnos a algunas dificultades de la vida. La idea es observarla, conocerla y darnos cuenta cuando nos juega en contra interrumpiendo el contacto verdadero.
Este es el trabajo que proponemos: observar nuestra manera especial de ser en el mundo, ser conscientes de los roles en los que nos hemos quedado fijados.
La paradoja continúa porque no hay mejor oportunidad que esta relación íntima potencialmente destructiva para volver a encontrarnos y para deshacernos de nuestras máscaras habituales.
Así, muchas veces, terminamos resolviendo esta paradoja evitando el sufrimiento, impidiéndonos el amor y privándonos del encuentro íntimo.
En nuestro intento de decir no al dolor decimos no al amor. Y lo que es peor, nos decimos no a nosotros mismos.
Cuando nos enamoramos, la inconciencia del amor nos lleva en un primer momento a abrirnos y a conectarnos con nuestro verdadero ser.
Eso es lo que hace que el enamoramiento sea algo tan maravilloso, porque nos da la oportunidad de abrirnos, de mostrarnos tal cual somos.
El enamoramiento es un encuentro entre dos seres siendo.
Venimos representando roles, funcionando como robots programados, y de repente el milagro ocurre... Nos sacamos nuestros disfraces y regalamos nuestra presencia a aquel del que nos enamoramos.
Sabemos que esto no dura mucho, antes o después aparecen los obstáculos, las tendencias, los hábitos, las defensas.
Sería bueno aprender que el único camino para superar estos obstáculos es estar allí con ellos en vez de negarlas o proyectarlas en nuestro compañero.
El problema se presenta cuando nos identificamos con nuestra coraza y nos sentimos seguros allí. Nos protegemos de nuestros sentimientos displacenteros aprendiendo a no sentir, a desconectamos de nuestras necesidades, y las defensas se convierten en una identidad que nos separa de lo que sentimos y nos impide el amor.
En la pareja podemos observar cómo y cuándo nos abrimos y cómo y cuándo nos cerramos con el otro, y al conocer más sobre la desconexión podremos crear un canal para abrirnos.
Las parejas proyectan en el otro el lado que se cierra y transportan aquella pelea interna a una pelea externa. Y entonces pensamos que es el otro el que se cierra, el que no nos deja entrar, el rígido.
Si transitamos este camino juntos y con amor podremos, en lugar de reaccionar frente a la reacción del otro, mostrar qué nos pasa cuando el otro se aleja, cuando se cierra. Escuchar de mi compañero qué actitudes mías lo hieren y lo ayudan a alejarse de mí.
Los problemas de pareja comienzan cuando dejamos de estar presentes para nosotros mismos y para el otro; cuando volvemos a escondernos detrás de roles fijos, de pantallas; cuando comenzamos a sentir el dolor del alejamiento del otro, que muchas veces es una proyección de cómo nos alejamos nosotros.
Cada vez creo menos que la cuestión sea resolver los problemas concretos por los que dicen sufrir las Parejas. Si nos metemos más profundamente en cada pelea, siempre llegamos a este punto de la falta de contacto, la falta de apertura.
Si yo puedo abrirme y mostrar mi dolor frente a cualquier problema y mi compañero hace lo mismo, quizás los problemas se vayan acomodando solos en otro plano de conflicto; porque lo más importante será que estamos juntos mostrándonos en contacto, abriéndonos a lo que pasa. Y eso es muy reconfortante.
Abrirnos y confiar en que el otro nos recibe tal cual somos, es una actitud que viene y nos lleva al amor.
No tengo que disfrazarme de fuerte para que me quieras. Si lo hago nunca sabré si serás capaz de quererme como verdaderamente soy: vulnerable, débil o lo que sea.
Te ato entonces a la imagen de aquellos que durante mi educación me ayudaron a pensar que yo debía ser así o asá para ser querido.
No es fácil llegar al punto de animarme a mostrarme; nos da miedo que nos vean vulnerables, por ejemplo. Pero si soy vulnerable (y por supuesto que lo soy) necesito que aceptemos (vos y yo) mi vulnerabilidad para estar presentes y entregarnos.
Es difícil en la pareja porque los dos jugamos este juego; y si me abro y el otro se cierra, el dolor es muy grande.
Por eso la relación íntima genera tanto sufrimiento, porque estamos cabalgando siempre en esta problemática, en este juego.
Podemos observar la verdadera pelea que se suscita en nuestro interior entre la parte que quiere expandirse, ir hacia afuera, mostrarse, y la parte que quiere esconderse porque tiene miedo de ser descalificada, no querida, rechazada, abandonada.
Los problemas concretos que tenemos con nuestras parejas son una capa más superficial de este problema fundamental que está por debajo de todos los otros. Podernos utilizar los problemas cotidianos como una vía de acceso a estos problemas más esenciales que se juegan todo el tiempo en la relación. Y en este camino nos enriquecemos constantemente, porque nos acercamos cada vez más a nosotros mismos, que es la única manera de sentirnos bien, de sentir amor, paz y alegría; en última instancia, lo que estamos buscando. Porque todos buscamos sentirnos bien, lo que pasa es que tomamos caminos inadecuados.
“ ¿Cómo podemos estar juntos si siempre queremos cosas diferentes?”
En esencia, siempre quieren lo mismo, (porque todos queremos en esencia lo mismo), que es poder amarse, unirse, abandonar la armadura y entregarse.
Quizás la salida consista en darnos cuenta de que el camino prefijado ha demostrado ser inútil. Habrá que dejar de lado nuestras viejas identificaciones y buscar un rumbo nuevo todo el tiempo, soltar nuestras viejas estructuras para inventar un camino juntos. Enfrentar el miedo a la confusión y al vacío. No podemos esperar a deshacernos del miedo para avanzar, solo podemos avanzar con él.
Todas las parejas tienen problemas, asuntos no resueltos. La idea no es arreglar los problemas, porque si nos dedicamos a un problema particular, mañana va a aparecer otro y asi sucesivamente. La idea es corrernos del contenido particular del problema y darnos un nuevo contexto para mirar lo que nos pasa; observar los problemas con otra mirada, sin identificamos solo con nuestro lado; salirnos de la idea de arreglar las cosas para sacarnos el problema de encima.
Esta propuesta tiene que ver con ir más allá de lo que vemos en una primera mirada y ver cuál es el fondo de la cuestión. De qué estamos hablando realmente, cuál es la verdadera causa de la pelea que se expresa de esta particular manera.
No es fácil colocarnos en esta nueva mirada, porque va en contra de nuestra cultura, que tiende a arreglar las cosas cambiando algo afuera.
Y como el arreglo del afuera nunca es suficiente, solemos echarle una vez más el fardo a la incompatibilidad de caracteres o a no haber encontrado a la persona adecuada.
Jorge Bucay
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