Autoestima/ Maitri-Metta

 

En la cultura occidental, el amor hacia nosotros mismos es bastante condicional, le solemos llamar “autoestima”. Depende del resultado obtenido, si las cosas nos van “bien”, o como nosotros queremos y esperamos,  nos sentimos contentos, nos aplaudimos, etc., pero si las cosas no salen como pensamos que deberían salir, según nuestras expectativas, nos reprochamos, nos enojamos, criticamos y pensamos que lo hemos hecho mal; sale nuestro “crítico interno” diciendo que deberíamos haberlo hecho de otra manera, que por qué lo hicimos así, etc.

 

Ponemos muchas condiciones a la hora de amarnos a nosotros mismos, no sabemos hacerlo, no nos lo enseñan porque nuestros padres/educadores tampoco saben cómo se hace; confundimos amarnos con ser egoístas, y no tiene nada que ver, se trata de salud, pues si no nos amamos a nosotros mismos, ¿Qué es lo que damos a los demás?; damos desde nuestras carencias y esperamos inconscientemente que la otra persona  cubra nuestras  necesidades de afecto, de respeto, de valoración, de atención, etc., al no saber hacerlo por nosotros mismos. Esto dificulta es poder compartir sanamente y establecer relaciones más saludables. Se trata de aprender a hacerlo.

Habitualmente nos cuesta  aceptarnos tal y como  funcionamos,  y  a partir de esa aceptación,  cambiar lo que se pueda para una vida más saludable.

 

“De todos los juicios que entablamos en la vida, ninguno es tan importante como el que entablamos sobre nosotros mismos, ya que ese juicio afecta al propio núcleo de nuestra existencia.”  N. Branden

 

Si nos observamos, veremos que convivimos diariamente con una “voz interior” que nos cuestiona, nos critica, nos incordia, pero también que tiene la posibilidad de perdonarnos, de comprendernos, de darnos fuerza y ánimo cuando hace falta, y de aceptarnos tal y como somos.

 

La autoestima no es mirarse al espejo y repetirse convencido lo guapo que soy, lo inteligente que soy, repetirse que todo va a salir bien hoy… no se trata de engañarnos a nosotros mismos para que nos queramos según esas condiciones, sino que se trata de quererse aunque uno no se vea guapo, ni tan inteligente como le gustaría; se trata de  perdonarnos aunque hayamos actuando de una manera que no nos gusta; se trata de  aceptar nuestras limitaciones, carencias, emociones “negativas” y se trata de no dejar que las demás personas,  nos falten al respeto, por sabernos personas con el mismo derecho que todas a ser tratadas con dignidad.

Entonces,  la autoestima es quererse sin condiciones, tener la libertad de elegir, de ser fiel a nuestras convicciones y a nuestros sentimientos.

 

A veces no es tan fácil, pues en la infancia hay personas que se han sentido invisibles ante sus progenitores (entendiendo que los padres hacen lo mejor que saben y pueden, aunque sus conductas no beneficien el desarrollo del niño), o han recibido mensajes desde muy pequeños que transmiten inseguridad, temor e incluso odio: “Si te portas mal, no te quiero”, “eres torpe”, “eres malo”, “eres terrible”, etc., son palabras determinantes que no contribuyen a entablar una relación buena con nosotros mismos, sino que, se hace más difícil poder tener un autoconcepto amable, positivo, respetuoso en el futuro de adulto.

 

La mayoría de nosotros nos hemos criado en una infraestructura socio-cultural que va elaborando un sistema psicológico autocastigador: nos censuramos, nos criticamos, nos peleamos con aquellas partes de nosotros que no se ajustan al ideal de cómo quisiéramos ser. Y a veces, aborrecemos los aspectos internos que impliquen fallarle al parámetro de lo que entendemos que Dios quiere de nosotros, según nuestras creencias religiosas nos lo impongan, generando a veces una lucha contra lo que no se debería sentir, ni pensar. 

Esta fricción interna suele acentuarse, paradójicamente, en quienes aspiran a ser buenas personas, con anhelos espirituales: quieren ser lo mejor posible, dañar al otro lo menos posible, llevar una vida lo más honesta y digna posible... y esto suele derivar en que esa persona muchas veces sea cruel consigo misma,  que se manifieste como alguien nefasto para consigo mismo como no  lo hace, ni lo haría para con los demás.

 

Existe en el Budismo tibetano,  una palabra  que es mucho más rica para nombrar el amor hacia nosotros mismos: MAITRI (sánscrito)

Se traduce como “amor/amistad incondicional hacia quien uno es”.  Maitri no es solo una definición conceptual, es ante todo una práctica cotidiana a entrenar en el monasterio de la vida cotidiana.

 

También se le llama METTA (Pali), que significa «bondad amorosa» o «amor incondicional», y se refiere al amor universal que, a diferencia del amor romántico, se extiende a todos los seres vivos.

 

La práctica de Maitri implica como fundamento esencial una actitud gentil hacia sí mismo. Inclusive ante algo que no nos gusta de nosotros, ante algo que acabamos de hacer torpemente..., tenerse paciencia, como la tendríamos con cualquier ser querido. Es importante auto-observarse para detectar cuando sale esa parte crítica interna y poder aprender a aceptar lo que es.

 

Se trata de aprender el arte de bien-tratarse en la vida cotidiana, sin auto-exigencias y con  amorosidad,  con el objetivo de vivir en calma, con mayor bienestar y lucidez, bastante diferente  a lo que practicamos  en  nuestra cultura occidental.

 

Cultivar  un trato amable y delicado hacia lo que somos y quiénes somos, en una actitud cotidiana de benevolencia, significa  evitar la violencia contra uno mismo, el maltratarnos psicológicamente, pues lo único que genera es  bajar nuestra autoestima y amargarnos la vida. Se trata de mirar  nuestro interior con compasión, para poder vivir así con bondad, gentileza y paz. 

Este proceso de contemplación interior empieza con una mirada compasiva hacia aquello que emerge mientras vamos tomando conciencia de lo que somos y hacemos.

 

Respecto de nuestras emociones y sentimientos menos gratos de ver, aceptarlos implica admitirlos y darles lugar, gestionarlos,  pues tienen un sentido en nuestro equilibrio psicológico. Si no investigamos ese  mensaje que la emoción nos trae para decodificar... rompemos ese equilibrio y matamos al mensajero. Esto implicará que tomaremos decisiones y organizaremos conductas en base a sólo una parte de la realidad. Por ende, serán conductas y decisiones muy probablemente disfuncionales, desde su parcialidad.

 

El autorechazo engendra automanipulación emocional: no debería tener resentimiento, y entonces forcejeo con eso que siento, tratando de cambiarlo. La paradoja es que es inviable tratar de cambiar algo contra lo cual uno está peleando. La resistencia engendra violencia interna: me resisto a que las cosas sean como son, me resisto a la realidad, me resisto a sentir lo que siento...

 

Cuando  nos disponemos a  observar todo lo que sentimos, vamos pudiendo ver objetivamente lo que se mueve dentro nuestro, sin auto-manipularnos.

La no-resistencia a ningún contenido interno produce una autorregulación de la psique, y, con ello, la opción de una conducta integrada y congruente.

La conducta no será salvaje, descontrolada, inadaptada, sino, por el contrario, al dar cabida a todo lo que sentimos, los sentires se compensarán entre sí, generando un equilibrio coherente.

 

Por ejemplo: aceptamos nuestro enojo ante una persona, le damos lugar a esa emoción, sin disfrazarla, sin autoprohibírsela. Simplemente, la dejamos ser dentro nuestro, percibiendo que estamos fastidiados. Pero ese enojo no estará aislado dentro nuestro: los sentires no tienen exclusión entre sí, por lo cual simultáneamente, ante un mismo estímulo, sentimos muchas sensaciones y emociones diferentes.

Siguiendo el ejemplo, quizás también sintamos afecto o respeto por esa persona, o compasión. Así, esos sentimientos se regularán entre sí, a partir de nuestra actitud de no excluir a ninguno de ellos: el afecto, el respeto la compasión cumplirán con la misión de balancear la emoción enojosa, dándole a ese enojo la medida justa y sana de su expresión (por ejemplo, manifestándolo maduramente poniendo un límite). La no-exclusión permite el equilibrio interno.

Cuando no luchamos con lo que sentimos, y le damos cabida a todo lo que es, la agitación disminuye, la lucha interna va cesando, y vamos encontrando un lugar interno que no participa de ese revuelo: un eje de calma en medio de la tormenta, "el ojo del huracán". A esto se le llama  desidentificación.

 

Estar identificado con un estado emocional implica estar obnubilado por él: me creo ser eso.  "Identificado" significa que creo que esa es mi identidad: yo soy mi dolor, yo soy mi angustia, yo soy mi enojo.

 

Poder desidentificarse hace que, al tomar distancia de eso que siento, al desinvolucrarme de eso en lo cual estoy envuelto, vea eso que siento en el contexto más amplio, y es que soy mucho más que eso: soy muchas más emociones que esa, muchos otros estados, y a la vez, ninguno de ellos, pues lo que verdaderamente es en mí, es  conciencia primigenia que está detrás de todos los estados, de todas las emociones (que no son más que contenidos de esa conciencia, y, por ello, elementos transitorios, impermanentes, como lo vemos en Mindfulness).

Ese Observador es como un estrato más profundo, por debajo de las agitadas olas del mar. Es lo permanente detrás de la impermanencia, como lo señala la Psicología de Oriente. 

 

Dice Gendlin (Focussing):

 

"Aquello que es rechazado y no es sentido, permanece igual. Al sentirlo, cambia. La mayor parte de las personas no saben esto. Piensan que al no permitirse sentir lo negativo se vuelven buenos. Al contrario, eso hace que los sentimientos negativos permanezcan estáticos, iguales año tras año. El sentirlos durante unos minutos en tu cuerpo les permite cambiar. Si hay algo en ti que sea malo, enfermo o poco razonable, déjalo existir interiormente y respira. Sólo así podrá evolucionar y adquirir la forma que necesite.

"Dejarlo ser" no significa actuarlo. "Dejar ser" mi enojo y mi sensación de querer dañar a alguien no es pasar a la acción eso que siento. Por el contrario: lo más probable es que si no me permito sentirlo y reconocerlo tal como lo siento, de un modo u otro eso "se actúe por sí solo", compulsivamente, disparando conductas automáticas desde lo inconsciente reprimido.”

 

La práctica del Maitri, permite aprender a escuchar a nuestro cuerpo, calmar la mente, restaurar el fluir natural de la energía hasta fortalecernos y conseguir lo que estamos buscando, que es amarnos a nosotros mismos.

Maitri es un proceso muy  íntimo y personal, es practicar la Plena Conciencia y observarse y preguntarse: 

¿Qué es  bueno para mí?

 

No se trata de lo que uno tiene ganas de hacer, sino lo que es bueno para uno en ese momento, lo cual muchas veces no es lo que solemos hacer.

Se trata de siendo muy honestos con nosotros mismos preguntarnos si eso que elegimos hacer es bueno para nosotros, nos reportara algún aprendizaje, y no quiere decir que no nos cueste, pero es tratarnos amorosamente.

Quizá se trate de terminar un emprendimiento, una carrera, terminar con una relación que nos daña, cambiar hábitos alimentarios, comprometernos con el trabajo, implementar más actividad física, o también se puede tratar de dejar de ser tan autoexigentes, cuidar un vínculo que es importante para uno, descansar, trabajar menos horas, aceptar aspectos nuestros que no nos agradan,  etc.

 

Lo importante es desde dónde hacemos lo que hacemos.

 

¿Es una elección lúcida,  o estamos decidiendo desde partes nuestras menos crecidas, más infantiles, condicionadas?:

 

Una parte perezosa que tiende a postergar; una parte autoexigente que no puede parar de trabajar, o que no me permite descansar; o una parte miedosa que me bloquea para avanzar; una parte orgullosa que no me permite ceder; o una parte temerosa que no me permite poner límites, etc.

Es importante aprender a observarse para conocer lo que funciona en uno y ver desde dónde estamos actuando, siendo pacientes y benévolos con nosotros mismos.

Poder discernir cuándo nos estamos engañando y cuándo nos decimos la verdad a la hora de  tratamos bien.

Se trata de ser honestos con nosotros mismos y aceptarnos con nuestras luces y nuestras sombras. Aplicar el Maitri en cada decisión que tomamos, en cada diálogo interno que tenemos, en cada límite que nos ponemos y en cada acción que emprendemos.

 

 

Es una actitud de autocuidado, que no depende de los  resultados obtenidos, nos amamos incondicionalmente sea cual fuere el resultado, sea que nos agrade o que no nos guste el resultado.

 

CURSO MAITRI-  Amor incondicional hacia uno mismo