Formas de comunicación que nos alienan de nuestro estado natural de compasión o solidaridad

 

Hay ciertas formas de comunicación

que  nos alienan de nuestro estado natural

de compasión o solidaridad:

 

- Los juicios moralistas

Presuponen una actitud errónea o malintencionada por parte de aquellas personas que no actúan de acuerdo con nuestros valores. Se reflejan en comentarios como:

 “Tu problema es que eres muy egoísta”. “Es una perezosa”, “Están llenos de prejuicios”, “Esto es inapropiado”.

 

Echar la culpa a alguien, insultarlo, rebajarlo, ponerle etiquetas (es bueno, malo, normal, anormal, responsable, irresponsable, inteligente, ignorante, etc.), criticarlo, clasificar, establecer comparaciones, emitir diagnósticos,  son distintas maneras de formular juicios.

La comunicación que nos aliena de la vida nos atrapa a un mundo de ideas preconcebidas con respecto a lo que está bien y lo que está mal, un mundo hecho de juicios.

 

El análisis de los otros es en realidad una expresión de nuestras propias necesidades y valores.

 

Pensamos y nos comunicamos desde el supuesto de que algo falla en los demás porque se comportan de una determinada manera o, a veces, de que algo falla en nosotros porque no comprendemos o no respondemos como nos gustaría.

Centramos nuestra atención en clasificar, analizar y determinar niveles de error más que en lo que necesitamos (nosotros y los demás) y no conseguimos.

Si mi compañero de trabajo se preocupa más que yo por los detalles, es “quisquilloso y compulsivo”. En cambio, si soy yo quien se preocupa más por los detalles, él es “descuidado y desorganizado”.

 

Este tipo de análisis de otros seres humanos no es más que una insana expresión de nuestros propios valores y necesidades, que, al expresarlos de esta manera, lo único que conseguimos es potenciar una actitud defensiva y de resistencia en las mismas personas cuya conducta nos molesta. Y en caso que actúen en consonancia con nuestra escala de valores porque coinciden en nuestro análisis de su ineptitud, es probable que sólo lo hagan por miedo, culpa o vergüenza. 

 

El precio es muy alto, tarde o temprano vendrán las consecuencias bajo la forma de una falta de buena voluntad por parte de aquellos que responden a nuestros deseos por coerción externa o interna.

Por otro lado, cuando alguien hace algo por miedo, culpa o vergüenza, también paga un precio de tipo emocional, ya que abrigará un resentimiento contra nosotros al quedar disminuida su autoestima.

Además cada vez que otras personas nos asocien con cualquiera de estos sentimientos, disminuirá la probabilidad de que en el futuro respondan de una manera solidaria a nuestras necesidades y nuestros valores. 

 

Es importante no confundir los juicios de valor con los juicios moralistas.

 

Todos hacemos juicios de valor con respecto a las cosas de la vida que estimamos.

Podemos valorar, por ejemplo, la honradez, la libertad, la paz, etc. Los juicios de valor reflejan nuestras creencias con respecto a cómo podría mejorar la vida.

 

En cuanto a los juicios moralistas, los hacemos en relación con personas y conductas cuando no concuerdan con nuestros juicios de valor.

Decimos, por ejemplo: “La violencia es mala. Quien mata a otro ser humano es malvado”.

 

Si nos hubieran enseñado a emplear un lenguaje que propicie la compasión, habríamos aprendido a expresar nuestras necesidades y nuestros valores de forma directa, en lugar de dictaminar que algo está mal cuando no coincide con nuestros criterios.

Por ejemplo, en vez de decir: “La violencia es mala”, podríamos decir: “Me asusta que se utilice la violencia para resolver conflictos; yo valoro el empleo de otros medios para resolver  los conflictos humanos”. 

 

 

Clasificar y juzgar a las personas promueve la violencia.

 

 

 

- Las comparaciones

Otra forma de juzgar  consiste en el uso de comparaciones. Si alguien aspira sinceramente a ser desgraciado lo único que tiene que hacer es comparase con los demás.  

La comparación bloquea la compasión, tanto por nosotros mismos, como por los demás.

 

- Negación de la responsabilidad

El uso de la expresión tan habitual tener que”, como en el caso de la afirmación: “Te guste o no, tienes que hacerlo”, muestra hasta qué punto nuestra responsabilidad personal por nuestras acciones se ve oscurecida por esta manera de hablar.

En cuanto a la expresión hacer sentir”, como en el caso de “Me haces sentir culpable”, “Me haces sentir triste”, es otro ejemplo de cómo el lenguaje nos lleva a no hacernos responsables de lo que sentimos y  lo que pensamos. 

 

 

Negamos la responsabilidad de nuestros actos cuando atribuimos su causa a: 

 

       ·       Causas difusas e impersonales: “Limpié mi cuarto porque tenía que hacerlo”. 

 

      ·    Nuestro estado de salud, un diagnóstico o nuestra historia personal o psicológica: “Bebo porque soy alcohólico”. 

 

       ·       Lo que hacen los demás: “Le pegué a mi hijo porque cruzó la calle corriendo”. 

 

       ·       Órdenes de la autoridad: “Mentí al cliente porque mi jefe me dijo que lo hiciera”. 

 

        ·       Presiones de grupo: “Empecé a fumar porque todos mis amigos lo hacían”. 

 

       ·    Políticas, normas y reglas institucionales: “Tengo que expulsarte por esta infracción porque es la política de la escuela”. 

 

      ·       Los roles asignados según sexo, posición social o edad: “Me fastidia ir a trabajar, pero tengo que hacerlo porque soy marido y padre”. 

 

     ·       Impulsos irrefrenables: “Me superaron las ganas de comer bombones y me los comí”. 

 

 

Podemos reemplazar el lenguaje que implica una falta de opción por el que reconoce una posibilidad de elección.

 

Por ejemplo, en vez de decir:

Limpié mi habitación porque tenía que hacerlo”,

podría decir:

Limpié mi habitación porque elegí hacerlo

 

 

Otras formas de comunicación que alienan la vida:

- La comunicación de nuestros deseos expresados en forma de exigencias.

El creer que por ser padres, maestros o jefes vamos a cambiar a los demás y conseguir que hagan lo que nosotros queremos, exigiéndoselos.

La comunicación que aliena de la vida, se relaciona con el concepto de que ciertas acciones merecen recompensa, mientras que otras merecen castigo.

Esta idea, se expresa en la palabra merecer”, ejemplo: “Él merece castigo por lo que hizo”. Supone maldad” por parte de las personas que actúan de determinada manera y requieren castigo para que se arrepientan y cambien su comportamiento.

 

En realidad interesa a todo el mundo que las personas cambien,  pero no para evitar el castigo, sino porque consideran que el cambio los beneficia. 

 

La comunicación que nos aliena de la vida surge de las sociedades jerárquicas o de dominación y la sustenta.

Cuanto más acostumbramos a las personas a pensar en términos de juicios moralistas que implican lo que está mal o incorrecto, tanto más aprenden a mirar hacia fuera de sí mismos, a las autoridades externas, para encontrar la definición de lo que constituye lo correcto, lo incorrecto, lo bueno y lo malo.

 

 

Cuando nos ponemos en contacto con nuestros sentimientos y necesidades, dejamos de ser buenos esclavos o subordinados.

 

 

Resumiendo formas de comunicación que nos separa:

 

Disfrutar cuando damos y recibimos con compasión forma parte de nuestra naturaleza.

Sin embargo, está tan profundamente arraigada en nosotros una serie de formas de “comunicación que aliena de la vida”, que eso nos lleva a hablar y a conducirnos de  modo que herimos a los demás y nos herimos a nosotros mismos:

 

1. Juzgar o Criticar:

utilizando palabras que condenan a la persona. Ejemplo: “siempre haces las cosas mal”

 

2. Ordenar: 

 No dar opción a los demás de decir  que no. Ejemplos: “Ven a comer, ahora.”. “Llámame cuando vayas a llegar tarde”. “Lava tu ropa”.

 

3. Diagnosticar:

Usar palabras que indican que la persona tiene defectos. Ejemplos: “Lo que sucede es que es un flojo”. “Fíjate en lo que haces. Eres muy despistada”.

 

 4. Comparar:

Calificarnos basados en las características de alguien más. Ejemplos: “Mira que delgada esta ella, y mírame a mí.” “Aprende de tu prima, siempre saca buenas notas.”

 

5. Debería:

Usar frases que implican que estoy mal o que la otra persona está mal. Ejemplos: “Deberías ir a la iglesia”. “Deberías visitar a tu abuela más seguido”. “No deberías gritarle a tus hijos”. “Yo a tu edad no tenía nada”. “Deberías ser más agradecido” 

 

6. Culpar:

Pensar que yo soy responsable del problema o que la otra persona es responsable, en vez de descubrir la verdad y encontrar una solución. Ejemplo: “Por tu culpa estoy así”. “Es mi culpa que no haya salido bien”

 

7. Merecer:

Pensar que nosotros o los demás merecen castigo o recompensa. Ejemplo: “Se merece que le peguen  por faltar al respeto.” “Me merezco un aumento de sueldo.”

 

8. Negar la Responsabilidad:

 

Pensar que tenemos que hacer algo porque alguien más dice. Ejemplos: “Le mentí al  cliente porque mi jefe me dijo.” “Le grite porque él me grito primero”. “Yo bebo porque soy alcohólico”

 

 

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