El estrés es una fuerza que se pone en marcha ante cualquier peligro, amenaza física o situación de incertidumbre.
Hoy en día el mundo se encuentra en una situación de continua incertidumbre, tanto en lo económico como en lo social. Un cambio en el trabajo, un jefe nuevo, una mudanza, un colegio distinto, un nuevo competidor en el mercado e incluso una enfermedad representan para cualquier persona circunstancias de desasosiego que exigen al organismo una adaptación.
El estrés se podría representar visualmente como una balanza cuyos brazos se abren en el mismo momento en el que se penetra en un territorio desconocido.
Eustrés y distrés
Tenemos que terminar un proyecto antes de lo previsto o quizá un examen que sin explicarnos, nos lo han adelantado… primero apelamos a nuestras capacidades nos esforzamos por lograr el cometido, pero luego de 90 min, nos vamos notando cada vez más irritables y nos cuesta mucho mantener la concentración.
No nos acordamos ni lo que habíamos leído unos minutos antes, no logramos aprender y comenzamos a sentir no cansancio sino agotamiento.
Nos planteamos que raro lo que nos está pasando!.
Pero hoy en día, las investigaciones nos pueden explicar lo que nos ocurre:
Al principio, frente al desafío, estábamos bajo los efectos del estrés positivo o eustrés. Nuestra sangre tenía una curiosa mezcla de hormonas, entre ellas la adrenalina y la noradrenalina, que mantenían nuestro interés y nuestra sensación de vitalidad y que nos invitaban a explorar.
También había dopamina, la cual nos daba la capacidad de enfocarnos y de evitar distracciones, a la vez que nos proporcionaba una sensación de placer.
Junto a ellas también nos encontraríamos con la serotonina, una hormona que afecta mucho a los estados de ánimo. Esta nos aportaría una gran sensación de confianza, que nos ayudaría a sentirnos tranquilos en medio del desafío, con la clara convicción de que lo íbamos a superar.
Sin embargo, han pasado noventa minutos con nuestro motor a máximo rendimiento y hemos cometido el error de no parar unos minutos a recuperarnos, a mover nuestro cuerpo, a hacer un sencillo ejercicio de relajación o a escuchar con los ojos cerrados un poco de música agradable.
Esto ha causado la puesta en marcha de la otra forma de estrés, el negativo o distrés.
Nuestra sangre ha visto desaparecer la mayor parte de la adrenalina, de la noradrenalina y sobre todo de la dopamina y de la serotonina, y se ha llenado de cortisol. Por eso nos sentimos agotados, empezamos a irritarnos y a perder concentración y memoria.
Emociones negativas como el miedo y la desesperanza sustituyen a la confianza y a la ilusión.
Ante los desafíos, el estrés siempre nos va a ayudar a superarlos porque va a agudizar nuestro intelecto y va a poner en marcha unas emociones que van a generar en nosotros la ilusión, la confianza, la serenidad y el aguante que en esos momentos necesitamos.
Tras la activación del eustrés, sobre todo si llevamos en esa situación más de noventa minutos, se va a producir la activación del otro mecanismo, el del distrés. Este que tiene su razón de ser, genera falta de claridad mental, vacilación en la toma de decisiones o errores graves en el tipo de resoluciones que se llevan a cabo.
El distrés perjudica de una forma notable nuestra salud y nuestra vitalidad. En la actualidad somos conscientes, sobre todo a raíz de los estudios que se han llevado a cabo con atletas, de que para que un ser humano crezca, madure y evolucione son necesarios tanto los episodios de eustrés o estiramiento como los de recuperación. Las personas necesitamos respetar este tipo de oscilación.
En una empresa o en una casa, cuando no existen estos episodios de recuperación, inmediatamente se entra en distrés.
La falta de esta especie de revitalización genera lo que se llama una carga alostática, que es algo así como un residuo tóxico que cuando no se elimina empieza a ser francamente perjudicial.
Por otro lado, es importante comentar que las reacciones de distrés no aparecen solo cuando no nos recuperamos de un periodo de eustrés mantenido. También se producen cuando hemos aprendido a sentirnos incapaces de hacer frente a los desafíos e incertidumbres.
En este caso, es nuestra forma de pensar, esta incapacidad aprendida, la que genera unos cambios físicos y mentales tan notables y tan profundamente limitantes.
El doctor Bandura, catedrático de Psicología de la Universidad de Stanford, ha llevado a cabo ingeniosos experimentos para demostrar hasta qué punto la incapacidad aprendida afecta no solo a los niveles de distrés, sino también al nivel en el que somos capaces de soportar el dolor.
Bandura invito a una serie de jóvenes a participar en una de estas experiencias. Se buscaron grupos homogéneos, que compartían un cociente intelectual y una preparación académica similar, para eliminar variables que hicieran más difícil medir algunos resultados.
Bandura, en la parte inicial del experimento, les pidió que metieran las manos en unos tanques llenos de agua muy fría.
Se cronometró con precisión el tiempo que cada participante aguantaba el dolor sin sacar la mano del agua.
Posteriormente se dividió a los estudiantes en dos grupos y a cada uno de ellos se les situó en salas diferentes. En cada estancia se encontraban los mismos problemas de matemáticas para que los solucionaran ambos grupos.
Solo existía una diferencia, los colaboradores de Bandura en una de las salas tenían la misión de hacer que los estudiantes se sintieran capaces de resolver los problemas, mientras que en la otra estos tenían que actuar de manera contraria, hacer sentir a los estudiantes que eran incapaces de dar una respuesta a los problemas.
Todos sabemos que unos simples comentarios e incluso una forma de mirar pueden transmitir mensajes de confianza o desconfianza.
Los resultados que Bandura buscaba no eran los obvios que se obtuvieron, es decir, que los estudiantes que se sintieron capaces resolvieron mucho mejor los problemas de matemáticas que los que se veían incapaces. Lo que se buscaba demostrar era muchísimo más sutil.
Terminada la parte de los problemas de matemáticas, se llevó de nuevo a los estudiantes a los mismos tanques de agua muy fría para que volvieran a meter sus manos en ella y poder calibrar cuanto tiempo aguantaban el dolor sin sacar la mano del agua.
Aquellos que se sintieron capaces de resolver los problemas de matemáticas aguantaron mucho más tiempo que antes y un tiempo muy superior al que habían aguantado los que se habían sentido incapaces de resolver los problemas.
Lo que Bandura y su equipo demostraron fue que cuando uno se siente capaz de hacer frente a un desafío, su organismo empieza a producir unas sustancias llamadas neuropéptidos que no solo son potentísimos analgésicos, lo que explica que los estudiantes que se sintieron capaces de resolver los problemas aguantaran mucho más tiempo en el agua helada, sino que además esos mismos neuropéptidos tienen la capacidad de anular la reacción de distrés.
Por eso es tan importante que cuanto más distresada se encuentre una persona y mayor sea el nivel de incertidumbre, lejos de caer en el pánico y en la desesperanza, se autoconvenza y transmita a los demás que es capaz de superarlo y resolverlo, que existe una salida.
En general tendemos a adoptar actitudes pesimistas y de desaliento cuando el caminar se hace difícil. Es importante que seamos conscientes de que la actitud menos sencilla, aunque más inteligente, es justo la contraria.
En resumen:
l. Ante los desafíos y las incertidumbres es importante recordar que en nuestro interior tenemos muchos más recursos de los que pensamos. Ello nos dará la confianza para avanzar con ánimo y con inteligencia. Solo así descubriremos las oportunidades y reconoceremos las posibles amenazas antes de que se conviertan en inminentes peligros.
2. Cuando llevemos más de noventa minutos en eustrés, recordemos que el organismo va a necesitar un periodo de recuperación.
Pararnos para recuperar fuerzas no es un gasto de tiempo, sino una extraordinaria inversión. Cuando nuestro cerebro entra en un periodo de recuperación, las ondas rápidas que se registran por medio del electroencefalograma, se vuelven más lentas y ese ritmo lento llamado alfa está asociado a la recuperación, tanto mental como física.
Cuando nosotros entramos en distrés, la luz de nuestra conciencia se va apagando de manera gradual, hasta que nos quedamos sumergidos en una completa oscuridad mental. Somos incapaces de encontrar la salida para nuestras angustias, inquietudes o preocupaciones. Los problemas los vemos como insolubles y sus soluciones completamente inexistentes.
¿Por qué cuando estamos en distrés, se hace la oscuridad a nuestro alrededor y somos incapaces de encontrar salidas y soluciones, y nos ahogamos en un vaso de agua?
La razón es que en el distrés se produce una alteración muy importante del riego sanguíneo en el cerebro. Este cambio hace que algunas de sus partes, fundamentalmente los lóbulos prefrontales, situados en la parte más anterior de nuestro cerebro, reciban menos sangre.
La falta de riego sanguíneo, hace que las neuronas de los lóbulos prefrontales reciban menos oxígeno y menos glucosa, con lo cual baja su metabolismo y se empobrece su función.
Estos últimos son clave a la hora de integrar, de armonizar el funcionamiento de ambos hemisferios del cerebro.
Además, son esenciales en los procesos de razonamiento y de mantenimiento de la atención.
Los lóbulos prefrontales son también imprescindibles para imaginar el futuro y para tomar decisiones, y están implicados en todos los procesos de aprendizaje.
Las consecuencias de estos descensos en el metabolismo neuronal son serias, ya que se pierde la capacidad de ver las cosas con perspectiva.
Además, no se puede razonar con un mínimo de precisión analítica. La creatividad es interferida, de la misma manera que lo es la toma de decisiones.
El aprendizaje y la memoria experimentan una parálisis progresiva, de tal manera que resulta casi imposible almacenar e integrar nuevos datos, nueva información.
Además, aparece un fenómeno de lo más curioso que consiste en que la memoria empieza a atraer solo aquellos registros negativos que se encuentran almacenados en ella. Esto hace que comencemos a recordar solo los episodios negativos de nuestro pasado: las personas que nunca nos ayudaron, las que siempre nos criticaron, los fracasos que tuvimos, lo que siempre quisimos y nunca alcanzamos. además, la imaginación solo nos muestra mundos grises, oscuros y amenazantes.
Por todo esto, el distrés, si se mantiene en el tiempo, lleva claramente a un estado de desesperanza y de depresión.
La salida al distrés se encuentra en la utilización de la vía de las emociones positivas que, incluye sobre todo la verdadera conexión emocional con uno mismo y con los demás.
La vía de las emociones positivas es la clave de la resiliencia, de esa capacidad de recuperarnos de las adversidades y salir fortalecidos de ellas.
Dr. Mario Puig