Crisis de pareja

 

Todo lo visible está sujeto a la ley del ciclo y la impermanencia. Desde la pequeñez del átomo a la grandeza de la galaxia, todo nace, crece, llega a su culminación y empieza a declinar para decaer y morir. Y de pronto un nuevo ciclo vuelve a empezar desplegando una espiral de experiencias y crecimiento, que no siempre elegimos vivir con la misma persona, ni circunstancia. 

 

“El bambú es un espacio entre dos nudos”. 

 

Las crisis de pareja son como los nudos del bambú, que como frontera, representan el final de un ciclo y a su vez, la base del nuevo.  

En realidad, una vez superadas las crisis, vemos que tales nudos han aportado la fuerza y la flexibilidad al conjunto. 

Cuando en el seno de las crisis, devenimos conscientes y somos capaces de poner en palabras a nuestros mayores obstáculos, puede decirse que ya hemos resuelto la mayor dificultad de los mismos. 

 

Parece importante el discernir cuándo conviene tratar de regenerar una relación que se halla en crisis,  o por el contrario el tener también la certeza de que ha llegado el momento de soltar el vínculo y volver a empezar una nueva vida.  

En realidad muchas personas mantienen relaciones estancadas e insatisfactorias, y sienten miedo a enfrentar la separación por la desarticulación de la familia, y por aspectos tales como la posible reacción de los padres o amigos, o bien por aspectos económicos y por el posterior hecho de asumir la vida en soledad. 

 

Romper una relación tiene consecuencias en la familia que se deben prever con plena responsabilidad.  

En este sentido conviene buscar el bienestar del grupo familiar y si realmente somos capaces, proceder a cerrar el ciclo y decidir “querer” a nuestra pareja con todas las consecuencias. 

De no ser posible tal regeneración, a menudo parece más sano el vivir un período de duelo intenso en el que se enfrentan soledades y ausencias, que una vida de incomunicación y estancamiento en la que nos hallamos inmersos.    

Recapitular la  relación, observando e identificando luces y sombras, al tiempo que íntimamente nos despedimos  del  compañero de ciclo vital. Será un momento de perdonar y agradecer lo aprendido en la pasada etapa de rosas y espinas. 

Para llevarlo a cabo con el concurso de la inteligencia emocional, convendrá aprender de cada experiencia sin sensación de fracaso, porque, en realidad, no hay fracaso sino experiencias de aprendizaje. 

 

Téngase en cuenta el hecho de que convertir nuestros errores en experiencia, supone el gran objetivo evolutivo que vive escondido en el error. 

Se trata de saber cosechar los frutos de la experiencia, concienciando los  patrones  repetitivos  que  dependen  de  nosotros  y  que  hemos generado en la relación cancelada. Una vez más, nos orientamos a la comprensión profunda con nuevos propósitos para el próximo ciclo que en su día nos encontrará. 

Si sentimos que nuestro vínculo de pareja está enfermo, convendrá abrir el alma y mirar profundamente lo que sucede. En caso contrario de aplazar y tapar, sucede que perdemos el contacto con nuestros sentimientos e intuiciones.  

 

Si eso sigue así, llegará un momento en el que sentiremos haber perdido el rumbo y el verdadero propósito de nuestra vida.  

Toda pérdida conlleva sentimientos de duelo que pasa por variadas fases. 

Ante la noticia de pérdida, de pronto cambia radicalmente la percepción de nosotros mismos, de nuestra pareja y, a menudo, de la vida misma. Cuando la pérdida es sobre todo inesperada, la primera reacción será la de negar lo profundamente que nos duele: “Pronto volverá, esto no puede durar mucho al final todo acabará bien”. 

No obstante, nuestro cuerpo registra la pérdida, haciéndonos sentir flojos o temblorosos. Los brotes de ansiedad se suceden y llegan noches de desasosiego e insomnio; los nervios se agarran al estómago y se pierde el apetito. 

La otra persona ya no está… y asaltan dudas: si hubiéramos dicho esto o lo otro en aquella ocasión, si hubiéramos dejado de decir, si hubiéramos pensado, si hubiéramos expresado, si hubiéramos tolerado...   

 

Sentir nuestra rabia y expresarla de forma responsable y sin acusar a nadie, puede ser un buen paso hacia el alivio y la curación de nuestra herida.  

En realidad, la ira en sí misma no es perjudicial. Es más, en la medida justa puede ser de gran ayuda para en ocasiones restaurar nuestra autoestima y dignidad. 

Por otra parte el enfado se convierte en algo dañino cuando se acaba transformando en rencor y sed de venganza. Como decía Martín Luther King: “Esa antigua ley del “ojo por ojo”, acaba por dejar ciego a todo el mundo”. 

La   terapia ante el dolor debe centrarse en identificar los procederes sumergidos. No es posible tener dominio sobre algo de lo que ni siquiera hemos todavía devenido conscientes. 

 

El crecimiento personal implica   reconocer   nuestras   reacciones no deseadas y no intentar ignorarlas. Conforme la terapia avanza se adquiere más control y poder sobre aquello que ya hemos sido capaces de reconocer y nombrar. 

El verdadero reto ante situaciones dolorosas estará en ser capaces de no culparnos a nosotros mismos, ni echar la culpa a los demás. 

 

Se   trata   de   descubrir   nuestra   parte de aprendizaje en el proceso vivido, y convertir la culpa en responsabilidad. 

Podemos aprender a comunicar nuestros sentimientos de forma directa y sensible, sin  culpar  a  nadie.  Y  comprometernos con nuestro propio proceso de crecimiento personal, procediendo a explorar los puntos sombríos que llevan a distanciamiento y la desconfianza.  

De esta forma nuestras acciones tenderán a fluir desde la esencialidad. En realidad la relación es un camino para conocernos a nosotros mismos.   

Relaciones dependientes y relaciones conscientes 

Para  convertir  una  relación  adictiva  en  una relación sana conviene entrenarse en la Atención Plena y sostenerse en la Presencia. Esto supone apostar por espacios de silencio y dejarse encontrar por la quietud que se halla debajo de la actividad mental. 

 

El  mayor  catalizador  del  cambio  en  las  relaciones  de pareja es, dejar al otro que sea como realmente es, soslayando la idea de juzgarlo e intentar cambiarlo. Esta actitud tiene consecuencias muy hondas y lleva a quien la práctica, más allá de su ego. 

A partir de entonces, todos los juegos mentales y el apego adictivo se acaban. 

La aceptación total también supone el final de la codependencia. Y entonces, o bien nos separamos con amor, o bien permanecemos juntos más profundamente. 

 

Quieres aprender  mas? apúntate al curso  online:

  

RELACIONES  DE  PAREJA  - Viaje hacia la relación consciente