Aprender a aprender

 

Con el verdadero maestro, el discípulo aprende a aprender, no a recordar y obedecer.  La relación con el lúcido no moldea, sino que libera.

Nisargadatta.

 

Cuando uno observa la vida y contempla la diversidad de experiencias a las que ésta nos enfrenta, nos damos cuenta de que vivir es una aventura insólita. Un viaje en el que asistimos a nacimientos y a pérdidas de seres queridos, y a esa primera vez tan cargada de posibilidad y magia. A lo largo del camino, nos vemos en trabajos diferentes y en ocupaciones que unas veces nos conmueven, y otras, ni tan siquiera nos importan. Contemplamos escenarios variados en los que el guión habla de cooperación y concordia aunque también tengan toques de “politiqueo” y de apariencia. Hemos vivido en varias casas y visitado lugares de culturas insospechadas. Hemos sentido admiración y miedo. Hemos experimentado cansancio, renovación y, de nuevo, esperanza. Cuando éramos pequeños, los adultos eran muy grandes y ahora, conforme avanzamos, nos vemos como una pequeña gota en el gran mar de la existencia. A lo largo de los años, hemos visto muchos modelos de coches, de casas y de ropas, y nos hemos adaptado al avance de una tecnología vertiginosa.

 

Y, ante esta revolución de experiencias que pasan borrando sus propias huellas, uno se pregunta: “¿qué sentido tiene este viaje?, ¿qué pretende el Universo cuando uno, aquí puesto, viaja en el tren que el tiempo devora?, ¿qué se espera que uno haga?, ¿qué pintamos en esta gran noria?”

 

A veces uno piensa que, tal vez, la vida sea el maestro que nos enseña lo que late oculto tras aquello que, precisamente, nos enfrenta. El Universo muestra sus enseñanzas, adoptando diferentes rostros que nos abren y despiertan. Unas veces nos pide que investiguemos en las grandes ciencias; otras, nos invita a bucear en los pliegues de las almas más curiosas. En cualquier caso, durante el viaje, aprendemos a convertir las contradicciones en paradojas, mientras dejamos pasar los pensamientos que anticipan desgracias y nos inquietan.

 

¿De qué se trata entonces?, ¿en qué consiste ese algo que conviene aprender durante la travesía sobre la Tierra?, ¿ese algo que parece mover tantos hilos en el interior de nuestros corazones y de nuestras cabezas? Una vez más, brotan preguntas históricas cuya respuesta es efímera, pero no por ello dejan de ser sinceras. Tal vez, lo primero que desarrollamos es la capacidad de aprender a aprender para así convertir en sabiduría cada experiencia. Una vez que despertamos al secreto de la apertura, la vida rueda con otro sentido. Observamos que las cosas por malignas que parezcan tienen su intención oculta, y pronto descubrimos que el camino del vivir es, en realidad, una escuela.

 

Hay un momento en el que muchos seres humanos asisten al resplandor del relámpago y participan del Gran Juego que supone la consciencia. A partir de este primer “darse cuenta”, ya nada será igual y todo lo que acontezca servirá a una expansión sin vuelta. Se trata de una iniciación-frontera que, a veces proporciona un gran libro, otras en cambio, es la entrega pasional que la aventura del amor demanda, pero muchas veces, el cambio sucede cuando por nuestra vida pasa un ser despierto con el que desatamos las vendas de nuestra mirada interna. Se trata de una etapa que, pasado el tiempo, uno recuerda como línea divisoria entre la oscuridad de la antigua noche y el alba de una vida nueva.

 

¿Se pregunta usted alguna vez qué sentido tiene seguir en una actitud de estancamiento? Si eso es así, mantenga la calma y confíe, mientras permite que Eso le encuentre, y más tarde... nos lo muestra.

                                                                        J. M. Doria

 

 

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