Estando el Maestro haciendo oración, se acercaron a él los discípulos y le dijeron: «Señor, enséñanos a orar». Y él les enseñó del siguiente modo:
«Iban dos hombres paseando por el campo cuando, de pronto, vieron ante ellos a un toro enfurecido. Al instante, se lanzaron hacia la valla más cercana, con el toro pisándoles los talones. Pero no tardaron en darse cuenta de que no iban a conseguir ponerse a salvo, de modo que uno de ellos le gritó al otro:
- "¡Estamos perdidos! ¡De ésta no salimos! ¡Rápido, di una oración!"
- Y el otro le replicó: "¡No he rezado en mi vida y no sé ninguna oración apropiada!"
- "¡No importa: el toro nos va a pillar! ¡Cualquier oración servirá!"
-"¡Está bien, rezaré la única que recuerdo y que solía rezar mi padre antes de las comidas: Haz, Señor, que sepamos agradecerte lo que vamos a recibir!"»
Nada hay que supere la santidad de quienes han aprendido la perfecta aceptación de todo cuanto existe.
En el juego de naipes que llamamos «vida» cada cual juega lo mejor que sabe las cartas que le han tocado.
Quienes insisten en querer jugar no las cartas que les han tocado, sino las que creen que debería haberles tocado...son los que pierden el juego.
No se nos pregunta si queremos jugar. No es ésa la opción. Tenemos que jugar.
La opción es: cómo.
A. De Mello
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