¿Qué es el amor?

 

El amor de verdad es algo no perso­nal, pues se ama cuando el yo progra­mado no existe ya. Esforzarme por ver cómo eres tú, y comprenderte y acep­tarte tal cual eres: eso es el amor. Esto no excluye que tenga preferencias. Yo prefiero la relación con personas deter­minadas porque esa relación es más gozosa, pero esa preferencia ha de de­jarme libre para gozar con la amistad de los demás, para escuchar los demás instrumentos. Cada relación tiene un sabor y unas características distintas. Hay proyectos que se dan en una rela­ción y no en otra, pero ninguna de ellas puede, cuando  se ama, excluir a las de­más.


  Cuando amas de verdad a una per­sona, ese amor despierta el amor a tu alrededor. Te sensibiliza para amar y comienzas a descubrir belleza y amor a tu alrededor.

  El enamoramiento, en cambio, es de lo más egoísta. El amor de verdad es un estado de sensibilidad que te capa­cita para abrirte a todas las personas y a la vida. Y, cuando amas, no hay nada más fácil que perdonar.

  Aceptar a las personas que todo el mundo rechaza, y no porque no veas sus fallas, sino precisamente porque los ves como realmente son, de dónde pro­ceden y cómo se parecen a los tuyos, que ya tienes aceptados.

  Aceptas también no tener razón, es­cuchando las razones de los demás con interés. Y, sobre todo, sabes responder al odio con amor, no porque te esfuer­ces en ello, sino como milagro de la comprensión del amor verdadero, que ve a la persona tal cual es.


  Las tres señales de estar despierto son: perdonar, aceptar y responder ante todo con amor.

  Cuando sabes amar es señal de que has llegado a percibir a las personas como semejantes a ti. Nadie hay mejor ni peor que tú. Es posible que el otro haya obrado mal en determinada circunstancia y tú no, pero habrá sido por su programación, o por circunstancias anteriores que ahora le han hecho, por miedo, comportarse así.


  Todos tenemos las mismas inclinaciones, y la prueba es que, si nos molestan las fallas de los demás es, precisamente, porque nos están recordando nuestras propias fallas, y si nosotros no nos permitimos fallar (o no queremos reconocerlo), ¿cómo vamos a aceptárselo a los demás? En cuanto se reconoce lo propio, ya no molesta verlo en los demás.

  De haber sido yo víctima de la violencia, de la crueldad o el sadismo y, además, estar drogado por una programación que me da inseguridad y dispara mis deseos de poder, ¿quién sería yo? Sería seguramente dictador, o asesino, o cualquier otra clase de malhechor. Jesús se daba cuenta de que, como todo hombre, no era mejor que los demás. Y lo dijo: "¿Por qué me llamáis bueno...?"

  Era mejor porque estaba despierto, con los ojos bien abiertos a la realidad, porque había vivido mucho, conocido a muchas personas y había aprendido a amarlas de verdad, pero sabía que eso no es ser más que los demás.  


  Si lo comprendes todo, lo perdonas todo, y sólo existe el perdón cuando te das cuenta de que, en realidad, no tienes nada que perdonar.

                                                                                                       A. de Mello

 

 

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